El sistema alimentario mundial pasa por una crisis y para superarla es necesaria una profunda transformación en las relaciones de producción y consumo actuales. La crisis no ha comenzado por la falta de producción agrícola tampoco debido a grandes plagas, la situación surge más bien de la complejidad generada por el estilo consumista de vida moderno que considera la comida una mercancía (comodities) más.

Una consecuencia de esto es la transformación de las áreas de cultivo de los agroecosistemas en los ambientes rurales, que se configuraron históricamente en espacios de producción de alimentación para los asentamientos urbanos, y hoy se están convirtiendo en áreas de producción de comodities para la industria. A esto sigue la homogeneización de los cultivos, de las prácticas, de las culturas y de las personas que producen y consumen los alimentos, que pierden soberanía tanto en sus cultivos como en su alimentación.

Ante esta situación es importante visibilizar las iniciativas que desde distintos enfoques y en diversos contextos han venido desarrollando prácticas agrícolas diferentes del modelo dominante, resistiéndose a la pérdida de soberanía alimentaria, o bien tratando de recuperarla, propiciando la participación de los individuos y comunidades de agricultores, distribuidores y consumidores. Muchas de estas prácticas de manejo, cultivo y cosecha, emergen de la resistencia de grupos históricamente marginados como agricultores familiares, campesinos y grupos de pueblos originarios e indígenas quienes desde hace años vienen promoviendo una coevolución respetuosa, sostenible y resiliente con sus agroecosistemas, manteniendo las bases para la soberanía alimentaria de sus comunidades, protegiendo sus cultivos, sus semillas y generando procesos de mitigación del cambio climático.

Son ejemplos de comunidades que aspiran a seguir formando parte de sus territorios en una coevolución largamente establecida entre la especie humana y el medio ambiente, a través de la superación y resistencia de las condiciones existentes y la estimulación de los potenciales endógenos, que añaden nuevas connotaciones al desarrollo.

Como hemos recogido en los proyectos seleccionados inicialmente para formar parte del banco de demostración del LIIISE estas iniciativas, representa un mosaico que combina formas ancestrales de producción y el uso de nuevas tecnologías aplicadas en muy diversos ámbitos.

Así, proyectos a gran escala promoviendo estrategias sostenibles para la producción de granos a través de acciones como de los Asentamientos del MST en Brasil y las cooperativas de producción arroz orgánico, en la región metropolitana de Porto Alegre, que constituyen la mayor experiencia de ese tipo en Latinoamérica.

En la escala micro, también hay una muchas iniciativas tratando de transformar el sistema, como Compostatu, que trata de cerrar los ciclos para el mantenimiento de la fertilidad a través de tecnologías simples como la compostaje, a la vez que trabaja en la integración de su comunidad desde recolección de desechos orgánicos.

Hay otras experiencias centradas en la recuperación y reactualización de saberes tradicionales, como el Chinampayolo, que intenta preservar el conocimiento y las estrategias de los chinamperos en México, promoviendo valores como la trasmisión de la cultura a través de la organización comunitaria, el manteamiento de la identidad y el respeto a la vida presente y futura del ecosistema lacustre.

En esta misma línea, iniciativas como la RASA – Red por la Agroecología y la Soberanía Alimentaria de la Sierra de Aracena, trata de movilizar a la sociedad local, visibilizando y fortaleciendo los vínculos entre colectivos implicados en la agroecología y la soberanía alimentaria, para poner en valor la agricultura de huertas en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche (España), articulando un proceso de desarrollo territorial con una gobernanza participativa.

Otras iniciativas se centran en generar nuevas formas de comercialización y consumo como la alternativa de la economía solidaria del Projeto Esperanaça/Cooesperança y Banco Comunitário Olhos D’água, que en diferentes regiones de Brasil y adoptando diversas estrategias dinamizan la economía de sus ciudades desde acciones simples como la garantía de microfinanciación y de espacios para la comercialización, donde la confianza y reciprocidad son elementos presentes en las trocas.

Vemos como en estas alternativas, la agroecología emerge como un elemento central para construir un conocimiento colectivo aplicado a los problemas del abastecimiento, de manera democrática y con respecto a la diversidad. Muestran también la capacidad de la agroecología para apoyar un rediseño de los agroecosistemas, basado en la potencialización de los sistemas productivos, el compromiso social y el retorno de la inversión por parte del campesinado.

Por otra parte, la diversidad de planteamientos indica que la sostenibilidad no es un concepto absoluto, sino una serie de prácticas alternativas que pueden definirse según el conjunto de elementos que mantienen, conectan, desarrollan, refuerzan y coevolucionan en un sistema socioambiental. Y que la soberanía alimentaria va más allá de la perspectiva de ingestión mínima de calorías por día y se une a la cultura alimentaria, al acceso al agua, suelo, semillas y a la visión de que la comida es un medio para la manutención de la salud y de las comunidades. Son iniciativas que se basan en las potencialidades endógenas, que aspiran a mejorar la calidad de vida de las comunidades buscando una integración de saberes tradicionales con nuevas tecnologías.

La vía más oportuna para esta integración son proyectos educativos que pongan a las personas en contacto con diferentes espacios de producción. Un ejemplo, de estos en el ámbito escolar es la Huerta Niño en Argentina, que a través de poner a los estudiantes en contacto con la naturaleza, busca efectivamente combatir la desnutrición.

Con este mismo propósito, con una propuesta diferente, Huerto Tlatelolco (Ciudad de México), propone generar espacios y tiempos de aprendizaje en Ciudad de México, activando las cuestiones a acerca de la producción, consumo y ocupación de las áreas vacías en las regiones metropolitanas.

Ese camino pasa por la construcción de conocimientos y estrategias que tienen en cuenta las capacidades de autoorganización de las comunidades territoriales, articulando el repertorio cultural existente en un movimiento que implica en la gestión de la organización de elementos internos, las relaciones locales con el mercado, la combinación de conocimientos multidisciplinares, expresos y tácitos, el acceso a las tecnologías y con el reconocimiento de la existencia de diferentes sistemas, productivos y organizativos que son inteligentes y capaces de contribuir a la transición sociecológica.

El cambio de perspectiva, más integral y consciente de la relación de todos los elementos en el ecosistema se está extendiendo también en la agricultura industrial. Cada vez una parte del sector es más consciente de la necesidad de que la acción humana respete las capacidades de regeneración ecosistémicas para conserva las propiedades bioquímicas y físicas esenciales, que permiten la fertilidad del suelo, la calidad del agua y la producción de alimentos. Un ejemplo de eso es la empresa Flor de Doñana (Huelva, España) que con un enfoque en la producción orgánica ha desarrollado técnicas amplias que van desde la conservación del sistema hídrico de la región, hasta iniciativas que mejoran las condiciones laborales de los trabajadores en un sector tan precarizado como el agrícola.

Todos los ejemplos recogidos son un banco de experimentación y aprendizaje que señalan posibilidades de acciones a diferentes escalas y a diferentes niveles para co-construir un sistema alimentario global que garantice la soberanía alimentaria, la dignidad de las personas que viven de la agricultura y la resiliencia de los ecosistemas.

Texto de Mauricio Machado Sena